
En la terraza del edificio de su casa, donde se ubican los tanques de agua, el escritor argentino Luciano Lamberti encuentra el refugio perfecto para dar vida a sus historias. “Es mi salón de juegos”, dice mientras describe el espacio que fue transformado durante la pandemia. “Estaba lleno de caños y mugre. Mi mujer lo limpió, lo pintó, compró algunos muebles y me lo dejó perfecto para trabajar. Ahora es mi lugar”.


El escritor cordobés, exponente del género del terror contemporáneo, confiesa que la rutina es clave para su proceso creativo: “Agradezco la rutina porque sin ella no podría escribir. Dejo a mi hijo en el jardín y luego vengo acá hasta las dos de la tarde”. Allí prepara y da sus clases de escritura, lee y, sobre todo, escribe. “Tener una rutina es casi terapéutico para mí.”
El entorno, cargado de libros, inspira su trabajo diario: “Tengo libros que son como amuletos. Algunos me rompieron la cabeza, como Matadero 5 de Vonnegut o Crónicas marcianas de Bradbury. A veces los ojeo para recordar por qué empecé a escribir”. Entre sus favoritos también están clásicos como Los pichiciegos de Fogwill y El mundo según Garp de John Irving. Muchos de éstos lo ayudan, en momentos de duda vocacional, a recuperar el sabor de la lectura propia de cuando tenía 20 años, cuando leer era puro placer.


Para Lamberti aislarse del ruido digital es vital. Cuando desconecta el “cablecito” de Internet, se desvincula de “la Matrix”: “Estar desconectado es la mejor preparación, porque dos horas concentrado sin distracciones valen un montón”.
Aún así, el escritor no está exento de distracciones. Las redes sociales, los videos de ovnis o las búsquedas inesperadas en Internet lo llevan muchas veces por caminos insospechados que, consciente o inconscientemente, termina por incorporar a su escritura. A la hora de escribir, a su vez, evita que los detalles técnicos o la investigación lo desvíen del impulso creativo inicial. “El primer borrador lo escribís imaginando y después investigás, sino cada pausa que hacés para ir a buscar una cosa te hace perder el entusiasmo”. Además, lo esencial en su escritura es capturar las emociones de los personajes, “más que qué clase de zapatos se usaban en 1975 en Buenos Aires”.


Ya en sus lecturas de joven, Lamberti encontró también el sentido que hoy describe a su espacio de trabajo: “Hay una frase muy linda de Hapworth 16, 1924, la última obra de Salinger. En este libro, Seymour Glass le manda una carta a sus padres en la que les dice sobre su hermano Buddy: ‘Cuando crezca no verá la hora de cerrar una puerta detrás suyo para sentarse a escribir’. Y cuando la leí por primera vez, que tendría 20 años, pensé: ‘¡Ay, qué exagerado!’. Pero es así realmente: cerrar una puerta para sentarse a escribir es lo que más disfrutamos los escritores, por más que el resultado sea malo, o que no tengas dinero, premios ni reconocimientos, uno disfruta eso. Y eso significa para mí este lugar”, concluye Lamberti.