
Como tantos bares en la vida cultural de Buenos Aires, el Varela Varelita, ubicado en la esquina de Scalabrini Ortiz y Paraguay, es un punto de encuentro que reúne a distintos artistas que incluso exponen allí los pósters de sus películas y obras de teatro. Entre quienes encuentran en este café un espacio de inspiración está Martín Shanly, director de Juana a los 12 y Arturo a los 30, quien escribió parte de sus guiones en esas mesas.


“Solía vivir cerca de acá y escribí dos películas en este bar; una salió y la otra no salió ni sé si va a salir algún día”, cuenta Shanly. “Cuando vas a un lugar y tenés un buen día de trabajo, después medio que lo repetís por cábala”. Más que un simple café, el Varela Varelita se convirtió en su escritorio favorito, donde la rutina deviene en método.
En su rutina hay, como en una suerte de receta para su escritura, costumbres que persisten: “Siempre pido un tostado y un café. Por ahí el lomito si es más tarde y una birra al final. Siempre me gusta darme un tiempo”. Para él, la escritura requiere un tiempo y un espacio delimitado: “Saber que te tenés que ir en tres horas ayuda también”.


A pesar de la vida social del café, Shanly no se nutre de ese aspecto: “Me abstraigo mucho. No miro para nada alrededor, trato de concentrarme”. En este sentido, el Varela representa el punto justo entre el estar con otros y lo solitario que requiere el acto de escribir: “Cada mesa es como una especie de isla que no está tan pegada y al mismo tiempo sí; y siempre tenés que estar con alguien. Algo del ruido y el caos me ayuda mucho, más que un ambiente silencioso”.


Su última película, Arturo a los 30, tuvo un proceso de escritura diferente. “Se incorporaron muchos guionistas. Eran charlas para un poco tirar ideas, pimponearlas, que ellos ofrecieran ideas alternativas e incorporarlas. Tener interlocutores me hizo dar cuenta de que eso hace que las cosas avancen más rápido, porque neurotizo mucho menos y tengo una especie de público instantáneo que dice ‘esto es gracioso’ o ‘listo, sigamos por acá’.” Para Shanly, escribir en soledad o en grupo tiene sus propias reglas, pero en ambos casos la clave es la disciplina: “Todo lo que se parezca a una rutina ayuda. Es como ir al gimnasio, es dedicarle un tiempo y un espacio a algo que tiene que suceder”.
Más allá de su uso práctico como sitio de trabajo, el cineasta reconoce cierta mística en este lugar. “Yo creo que hay una energía. No tengo idea de lo que estoy hablando igual, pero sí siento que uno va a lugares atraído por ciertas cosas”. Para él, el Varela encierra un tiempo y un espíritu particular: “Lo tengo muy asociado a los 27, 28, 29, como a esa pre-pandemia. Es un momento muy embrionario de ciertos proyectos y también como de cierta juventud última”.
Así, junto a su computadora, papeles y cafés, la atmósfera del Varela Varelita representa un refugio para el cine de Shanly. Un espacio donde las historias comienzan a tomar forma y luego pasan a la pantalla grande.