El arte siempre utilizó todos los medios disponibles para expresarse, desde las pinturas rupestres, donde las obras eran piezas únicas e inamovibles, pasando por el grabado, la serigrafía y la fotografía, donde las obras eran repetibles, hasta llegar a la era de la digitalización, donde la capacidad de copia idéntica se pudo llevar ad infinitum. A partir de ahí, se empieza a perder la originalidad y la autoría es cuestionada hasta que irrumpe una nueva tecnología: el “blockchain”. Esta descentralización de la información y su interconexión nos permiten, a través de los NFT (tokens no fungibles), la posibilidad de garantizar originalidad, autoría y propiedad entre otras cosas.

Y aquí la naturaleza nos muestra, cómo consciente o inconscientemente la copiamos. El blockchain, ese artificio que nos permite diseminar la información en forma descentralizada en miles de computadoras en el mundo e interconectar dicha información haciéndola fiable e invulnerable, no es otra cosa sino una semejanza a nuestro propio cuerpo. Cada individuo posee 37 trillones de células que, con excepción de ciertas células que conforman la sangre, tienen la información completa de cada uno de nosotros en el ADN del núcleo; saben lo que hace el resto y cómo comportarse ante cada evento. De alguna forma, nuestro cuerpo es una suerte de “blockchain humano”, un cripto cuerpo, un “criptobody”.

En última instancia, somos seres digitales con un código genético que nos hace únicos. ¿Qué nos deparará el futuro? ¿Seremos repetibles biológicamente a través de la clonación o con artilugios digitales? ¿Podremos plasmar en un NFT nuestro ADN y garantizar ser por siempre digitales?