No nos podemos dar el lujo busca evidenciar el espacio contenido. Lo no construido, lo que hay entre, lo inmaterial, lo impalpable. No como vacío, sino como lugar disponible.

La vivienda mínima concentra en muy pocos metros cuadrados acciones como dormir, comer, higienizarse, a veces trabajar, y descansar. Siguiendo esta línea de fuga, imaginamos un escenario distópico donde lugares como el entrepiso de El Cultural San Martín dejarán de existir, debido a su incompatibilidad con la densidad hoy anhelada, dictada por el mercado inmobiliario, quien considera al espacio como un valor de intercambio.

Proponemos, entonces, la ocupación total del vacío bajo la lógica que rige hoy en las ciudades. Se comienza por el primer acto, en donde se instala un cerco de obra perimetral, que inicia el acopio de materiales. A partir de ello, se da lugar a un proceso —integrado por varios actos— que culmina en la división del espacio original: éste se materializa por una grilla compuesta de 9 habitáculos, representando “9 excepcionales monoambientes” que salen a la venta para, luego, ser habitados por personajes muy distintos. Así, la obra es escena, pero también se torna escenografía.