¿Qué pasa cuando mezclamos todos esos mundos que nos atraviesan? ¿Qué pasa si ahí, donde ves un partido de fútbol, hay más que solo eso? Cada cada vez que llego a La Boca, ya no me acuerdo qué hago ni qué pienso, si trabajo o estudio. Yo ya no sé nada. Soy de Boca, luego existo.

No tengo idea de qué hay, pero sí sé con certeza que hay algo ahí, y que me atraviesa. Y sé que nadie de los que están ahí tampoco sabe bien qué es ese “algo” y si ese “algo” se termina en algún momento, o si recién arranca. Si va a ser solo un partido: un tiempo, un entretiempo, un tiempo más, un día, un mes, un año o toda la vida.

Hay algo en esas calles, en esa atmósfera azul y amarilla, que nos vuelve un colectivo. Llegamos desde todos lados, solos o en grupo y ahí ya sabemos que nos volvemos uno, con la misma identidad: somos bosteros y bosteras. Ese algo, esa atmósfera, esa identidad es para toda la vida y trasciende al fútbol, se lleva en la sangre y en el corazón.

Atravieso ese laberinto de calles para llegar a la cancha con una seguridad y un foco que funciona como faro (sin foco). Entre un tumulto que para tantos es un refugio, una protección colectiva, un socorro de la vida, nuestro amparo. A veces doy las gracias por perderme entre tanta gente. Perderme en ese “algo”: algo que (aprendí) nos pertenece desde la cuna y para siempre (y por algún motivo nunca solté). Ese “algo” es Boca + ARTE: una expresión de eso que está pero que no podemos poner en palabras. Algo que trasciende lo qué pasa en el césped verde, algo más que un partido de fútbol.

En este algo participaron un grupo de artistas bosteros. 

– Camila Rabinovich