
Desde el estudio bajo tierra que construyó en el jardín de su casa, el compositor y artista sonoro Oliverio Duhalde habla de su recorrido profesional, de cómo son sus procesos creativos y por qué pondera el error.
Entre el techo y las paredes insonorizadas, el singular estudio le permite al artista una plena concentración para trabajar en sus creaciones, aunque reconoce que si permanece más de tres horas seguidas ahí, precisa cortar aunque sea un segundo para salir a pasear a su perra Ella y tomar aire. Luego retoma y continúa trabajando en lo que llama su “búnker”.
En esas entradas y salidas de su estudio logra destrabar procesos de trabajo y expandir su creatividad, siempre en el permanente juego de cruces de disciplinas, tecnologías y soportes.

–¿En qué momento comenzaste a involucrarte en el mundo de las visuales y cómo fue ese proceso?
–De formación, soy director de orquesta y prontamente, a principios de los 2000, comencé a trabajar en la industria audiovisual como compositor, primero en la tele y después en el cine. A partir de ahí empecé a conectarme con el trabajo en equipo e interdisciplinario. Paralelamente, estaba en el mundo de la ópera y, en 2005, hice la obra Wallontu Mapu, sobre la cultura mapuche. Como la puesta fue en el Planetario, el lugar me permitió reunir la tradición musical que yo traía junto con la tecnología, la cosmogonía contemporánea y el pasado por la cosmogonía, en este caso, mapuche. Eso fue como una explosión para mí porque me di cuenta de que ya no me interesaba hacer sólo música, sino música con, donde el lenguaje sonoro pasara a ser una parte más de un todo más amplio.
A partir de esa experiencia comencé a colaborar con muchos artistas, entre ellos destaco a Martín Bonadeo, quien devino en mi mejor amigo. Con el tiempo fui ampliando ese ala que tenía que ver con la ciencia y la tecnología y terminé haciendo videoarte, trabajando con robótica e inteligencia artificial y, sobre todo, mezclando tecnologías de diferentes épocas. Eso para mí es clave, me interesa tener una visión horizontal desde lo disciplinario y, a su vez, tener una visión vertical en el tiempo: especular sobre el futuro, pero también ir mucho hacia el pasado y a partir de ahí generar obra.
–¿Siempre partís desde las materialidades tecnológicas o también desde lo temático?
–Me gusta que los trabajos tengan una raíz en cuestiones filosóficas o poéticas. La tecnología es una piel que está alrededor de eso, pero si no hay un concepto detrás para mí no hay obra. Por eso trato de que en mis obras la tecnología esté porque es funcional a la poética, no quiero que sean como fuegos artificiales para que la gente diga: “Uy, qué cool que conectó esto con lo otro”. Eso creo que es clave porque, como dije, si no hay poética, no hay obra. Es otra cosa, es un entretenimiento quizás. Pero también es importante para uno mismo como creador, porque de esa manera uno investiga.
–¿Cuál fue tu obra más significativa?
Una obra fundacional fue Dandelion. La hice en 2012 en Fundación Telefónica bajo un programa que se llamó “Laboratorio Abierto Interactivo”. La obra era una escultura sonora, compuesta por doce campanas tubulares, y la música se generaba de manera electromecánica, es decir, era robótica también, pero toda esa robótica no se veía, sólo se veía la forma. La composición se desarrollaba con algoritmos genéticos, donde se simulaba cómo se comportan comunidades de bacterias en cápsulas de Petri y cómo crecen y decrecen. La pieza era así, una nota generaba la otra que generaba la otra y tenían hijos que iban mutando. Era bastante compleja, pero más allá de eso funcionaba poéticamente, que es lo importante, porque si la obra después no tiene esa fluidez con el público, no tiene sentido. El mayor miedo es ese, poner un montón de esfuerzo y que después la cosa no entre en la ecuación poética. Ese caso funcionó muy bien y a mí me dio mucha confianza porque me dio la pauta de que podía llevar algo conceptual tremendamente complejo, con una maquinaria también compleja, pero aún así la obra podía leerse de manera simple. Ahí encontré mi sweet spot, el lugar donde me siento cómodo, y a partir de entonces apunto a eso.

Desde esa experiencia me enganché con lo biológico y empecé a hacer bioarte. Trabajé mucho con la microscopía junto a un colectivo multidisciplinar llamado MicRa que integramos con Pablo Lapadula, Martín Bonadeo, Sebastián Asnar, Patricia Zaragüeta, Lucrecia Urbano y Diego Gómez. De ahí surgieron varias obras y para mí fue un lugar muy interesante porque ingresé al mundo de la imagen y del video, porque si bien siempre trabajé para video haciendo sonido, nunca me había dedicado a generarlo. Así descubrí lo mucho que había para investigar en el campo del cine expandido, en las experiencias audiovisuales e inmersivas, y también en lo performático.
–¿Cómo son tus procesos creativos?
–Como dice esa frase: “El mapa no es el territorio”. En el arte, y sobre todo en este tipo de arte que es muy experimental, tenés factores que pueden salir muy bien y muchas cosas que pueden salir muy mal cuando vas del proyecto a lo material. Considero que es un proceso de enriquecimiento, porque de los problemas muchas veces salen soluciones innovadoras. Por ejemplo, vos te planteás que vas a proyectar de cierta manera y después lo ves y eso no funciona hasta que se te ocurre otra idea que termina siendo mejor que la original. Pasa mucho eso, hay mucho feedback en la experimentación. En ese sentido, me encanta la tecnología, porque todo el tiempo te está forzando a experimentar con cosas que pueden salir muy mal y eso que sale mal puede ser lo mejor que te pudo haber pasado. El error aparece y en consecuencia aparece la belleza. A mí ese lugar, que está al borde de que todo se caiga a pedazos y a la hora aparezca algo nuevo que lo haga funcionar, me parece fascinante. Obviamente, hay momentos muy estresantes porque estás combinando muchas cosas solo, entonces no tenés a quién recurrir. Si estás filmando seres microscópicos con un microscopio y estás proyectando en una pared gigante en tiempo real, amplificando la imagen, y sí, hay muchas cosas que pueden salir mal, pero también aprendés un montón. Por ejemplo, a raíz de MicRa tuve que estudiar óptica, que no tenía la menor idea, desde lo experimental y después desde lo fáctico sobre cómo resolver ciertos problemas.
–En ese sentido sos muy autodidacta.
–Trabajar con obras experimentales te obliga permanentemente a conocer nuevos universos de técnicas y disciplinas y de lo que está detrás de eso. Ahora estoy con un osciloscopio de los años 60, tuve que aprender a usarlo y ver cómo conectarlo con las tecnologías contemporáneas. Estoy trabajando junto a otros colegas —entre los que se destacan Martín Bonadeo y Alejandra Eusebi— en ASTRO.LOG.IO, un proyecto que lee tu carta astral, donde ponés tu fecha, lugar de nacimiento, todo. A partir de eso ubica los objetos celestes en el osciloscopio y después se genera el sonido de tu carta astral utilizando algoritmos de inteligencia artificial. Entonces, es una obra muy personal porque para cada espectador se genera una pieza musical diferente de unos tres o cinco minutos, todavía estoy viendo la duración, y vos ves en ese display cómo se van moviendo los planetas y cómo cada uno de los planetas va sonando e interrelacionándose con los otros. Todo esto me obligó a investigar sobre astrología y realmente es fascinante. Nunca me había hecho una carta astral de manera seria y fue un descubrimiento enorme.

Las obras experimentales te obligan todo el tiempo a aprender más y a ensanchar tu bagaje técnico, cultural y también filosófico, porque cuando te metés con una temática hay toda una concepción del mundo. Y cada disciplina tiene su manera de ver, su punto de observación. Yo encuentro en el arte un vehículo para aprender más, para investigar y satisfacer mi curiosidad, que es permanente. Soy insufrible en ese sentido. Siento que no me va a alcanzar la vida para leer todo lo que quiero leer ni ver todo lo que quiero ver. Y esto me obliga a ponerme en ese lugar, a ser permanentemente un aprendiz, que en definitiva es lo más hermoso. Eso me fascina y ese es el lugar donde siempre quiero estar.